domingo, 4 de marzo de 2018

Alan Vargas Mariscal

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Alan Vargas Mariscal

Alan Vargas Mariscal (San Jacinto Amilpas, Oaxaca, 1992) ganó el Segundo Premio de Poesía Joven Alejandro Aura por Poesía mexicana (Elefanta Editorial, 2015). Generosamente concluye, de momento, el Archivo de Poesía Mexa e incide en los rumbos que está tomando esto que llamamos poesía mexicana.

            También a los veintitrés años, Mariscal obtuvo por Migrar a unomismo (edición de autor) una mención honorífica en el I Premio Nacional de Poesía en Voz Alta (Casa del Lago, CDMX) y coordinó en la editorial que dirige Mezcalito city: registro de poesía en Oaxaca (Volador Ediciones, 2015). Parte del trabajo del poeta lo podemos encontrar en su canal de YouTube, Tierra Adentro o Letras
            El jurado que reconoció el mérito de Poesía mexicana (2015) estuvo integrado por Miriam Moscona, Paula Abramo y Hernán Bravo Varela, quienes destacaron especialmente el grado lúcido y lúdico con que el poeta parodia el arte y la sociedad. No es casual que el libro vaya dedicado a su familia, «reflectores en la negrura» (9); mismo tono que se entrecruza con los cuadros de luminosidad que presenta en la estructura tripartita: «Geometría», «Canal de las estrellas» y «Vanidades».
            En primer lugar, los poemas breves y en verso libre se solapan mentalmente con sus respectivas formas, que acotan para superar los márgenes de la lírica, a la manera de León Plascencia Ñol. Texto e imagen componen una constelación, una red de conceptos que vienen introducidos fragmentariamente con la rayuela que es, en su origen, una caja desmontada del mismo modo por Diana Garza Islas o Rosario Loperena. Las matemáticas, la física, la astronomía o la filosofía cuestionan el poema a partir de una imagen, pretexto para la reescritura. En el poeta mexicano advertimos sólidas influencias de la poesía chilena: vemos la antipoesía de Nicanor Parra, la cercanía de Gonzalo Rojas, la certeza de Enrique Lihn o el cuerpo de Raúl Zurita. Asimismo, la representación precisa de la armonía plástica desemboca, por ejemplo, en la deformación del haiku que podría ser «Ilustración»: «imaginar un círculo / casi dibujarlo / su circunferencia lo destruye» (24). Como era de esperar, en la página continua aparece el trazo incompleto de una circunferencia que da lugar a un personaje y un espacio: Cir, Planilandia. La bidimensionalidad otorga al poema un hueco entre lo dicho y lo no dicho. En esa búsqueda se ubica el arte, la poesía mexicana. Seguidamente, con una tipografía robótica, a lo Tisselli, el sujeto poético es quien lee y habita «Mezcalito city», un programa de televisión que caricaturiza fama y poder. Lo popular asombra. La apropiación de noticias virales dialoga con Mamá es un animal negro que va de largo por las alcobas blancas, de Esther M. García. Por último, la tercera parte arranca con un poema –«El ángel exterminador– que interpreta la película de Buñuel con una abotargada caja de texto que recuerda a la famosa habitación en blanco y negro. El lenguaje entorpece la realidad. La prosa narra el ritmo.
            Alan Vargas Mariscal replantea el sentido de la poesía mexicana a partir de la poética o el prospecto que veíamos con Heriberto Yépez y Horacio Warpola.


Estamos ante el final del inicio de la madurez de la joven poesía mexicana. El siglo XXI sigue moviéndose entre la tradición, la forma, el sujeto, la lectura; pero plantea un reto: expresar lo que está ocurriendo en la ficción de nuestro día a día.

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